VA DE...Batiburrillo literario

viernes, 3 de diciembre de 2021

LOS ESCURRIDIZOS

 

(Méndez Núñez, 7)

 No todo lo que cuento en estas historias fue cierto. Pero podía haberlo sido.

      150/2021

Muchos años más tarde tantos que reproducir ahora la aventura de lo de tirarme por “los escurridizos” me hubiera llevado directamente al “arreglahuesos” a causa de estos huesos míos pasados de fecha−, Abelardo, que ya había echado talento suficiente como para hacer un acto de contrición, acabó por revelarme la razón de ser de la fila de zangalitrones sentados en el antepecho que cerraba el recinto de la esplanada de abajo, en la Barriada de Fátima, justo frente a los dos escurridizos, aquellas dos rampas que servían de defensas laterales a los escalones de acceso a la esplanada de arriba, donde estaban la vieja y artesanal fuente de cuatro caños, ya desaparecida por obra (y desgracia) de algún zurupetillo con la cabecita llena de moderneces. En aquella esplanada superior estaban también los por entonces endebles cinamomos recién plantados, que ahora se caen de viejos troncos abajo, la ermita de Fátima, que allí sigue, las enchiqueradas escuelas, ahora sin chiquillería y las casas de los maestros, al presente con sus ventanas tapiadas con rasilla vista, las puertas de latón oxidadas y los muros pintarrajeados de tachones sobre letreros de “me-cagüenlá” y “arribaespañas” ya en desuso.

Y la casa de “Bulanito”, el municipal por excelencia de cuantos actos, procesiones y homenajes pudieran celebrarse en aquellos años, y que permanece alojado con toda su voluminosa bonhomía en un rinconcito dentro de la memoria de mi niñez.

Aunque nosotros ya habíamos abandonado la casa del maestro, pared con pared con la escuela de doña Consuelo, y vivíamos en la casona de Méndez Núñez, 7, lo cierto es que, ataviadas con nuestros cancanes almidonados a conciencia, dándole volumen a los airosos vestidos de volantes que nos hacía mi madre, copiados de revistas parisinas, volvíamos a La Barriada de Fátima cada domingo por la mañana, dispuestas a resucitar el revoloteo de nuestra más genuina infancia acuchillada por los traslados, como dicen que regresa el asesino al lugar de su crimen.

Eran los escurridizos dos repechos de losas de piedra artificial, alisada en igual porcentaje por los discos de la pulidora que por los traseros de la chiquillería, alzados a uno y otro lado de lasa escaleras con obra de mampostería, con la misma y pronunciada pendiente, defendidos en la parte de fuera por humildes barandillas fabricadas con barritas de hierro, soldadas a un pasamanos también de hierro, que flanqueaban en cuesta ambos lados de la escalinata, de manera que nos servían a las niñas de rampa por la que deslizarnos con bullicio de palomas mensajeras, zapatos arañados en sus contrafuertes posteriores, faldas en revuelo durante el corto viaje de arriba abajo, y efímera aunque contundente e inevitable revelación de la puntilla de encaje de nuestras braguitas, razón de ser como me rebelaría Abelardo pasado el tiempo de las alertas de ojos masculinos cuando sonaba el “ahí-va” en la fila de chiquillos, incondicionales mirones aposentados en el murete de enfrente.

Sospecho que fue el propio Abelardo quien puso en marcha el “negocio” de cobrar a perra gorda el asiento de mirones, rebajándole el precio los domingos hasta venderlo a perra chica, y encarecido los días de diario por un hecho tan simple como es el de que las nenas que se tiraban a diario por los escurridizos eran las que no iban a la escuela, las de las Cuevas, que carecían tan de todo, que no tenían ni bragas, cosa que para aquellos nenes en desarrollo vertical y primeras hinchazones inguinales debió ser un soberbio aprendizaje visual sobre el sexo de los ángeles[1]; pero, por encima de cualquier otra cosa, sobre el sexo de aquellos angélicos de las Cuevas, que los gurruminos no hubieran aprendido en ningún libro de escuela. Ni siquiera en aquel de “FLECHAS Y PELAYOS”, en el que los nenes salían en la portada tan marciales y bien ataviados como si fueran príncipes de la paz[2].

Fue Abelardo quien, muchos años después, tantos que ya nadie se iba a molestar en mirarme ni el color de los tobillos me reveló que ni un solo domingo había sacado él a la venta el asiento que quedaba justamente enfrente del escurridizo que había del lado del imperecedero Bar Banderas, y que era mi preferido.

Y, entre risillas suyas algo desdentadas y total ausencia por mi parte de rubores ya marchitos, me recordó que mis braguitas de entonces, vistas desde lejos, tenían en las bocas un entredós con cintillas azul celeste, a juego con las del pasacintas de la cintura de mi vestido de volantes con madroños.

 

En CasaChina. En un 3 de Diciembre de 2021



[1] Sobre el sexo de los ángeles (si es que los ángeles tienen sexo) se hizo una película. Y Mario Benedetti escribió algo magistral:

 http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-sexo-de-los-angeles-777452/html/9cd89add-acbe-4c24-980b-4056fc82654a_2.html

[2] Historia aparte merece el llamado “Príncipe de la Paz”, Manuel de Godoy y Álvarez de Faria, personaje ramplón y oscuro, que accedió a tal título nobiliario por concesión de Carlos IV, y quizá por escalar camas de más nobleza.



jueves, 2 de diciembre de 2021

DE PUEBLERINOS Y VILLANOS


         “¡Qué pena ser tan pueblerinos”! −ha escrito alguien, al hilo de algo que tiene que ver con que unos “álguienes” de brillantes colorines tricolores se hayan apropiado del luto de un nombre propio para tratar de abrillantar y dar esplendor a sus manoseados apellidos políticos.

         Nada más escuchar la comparación de lo de “…que pena ser tan pueblerinos” con no sé qué miserias y villanías, se me va un repullo. Y no digo yo que lo de “pueblerinos” sea algo más que un desliz que se haya utilizado con ojeriza afrentosa. Lo que a mí me irrita es que se le añada ese tan desdeñoso como arrogante “qué pena que se le añade. Eso sí: con la sana intención de dolerse de que los del “fondo norte” se nieguen a que se otorgue el título de “hija predilecta” de Madrid a Almudena Grandes como han pedido los del “fondo sur”.

Como si eso, después de muerta, fuera más importante que lo que de ella queda vivo.

Para mí que los hinchas y los contrahinchas van a lo suyo, y los bienintencionados les están haciendo de palmeros. Almudena les importa dos narices; lo que no quita para que, a una servidora, ante semejante puja entre unos y otros, se le represente aquel paisaje bíblico del reparto de túnicas del Crucificado. (¡Pues anda que, quien más, quien menos, no crucificamos −y digo crucificaMOS a Almudena en vida…! Lo que pasa es que lo de morirse, dejando obra póstuma de valía emancipada del propio nombre, da pedigrí al muerto y relumbrón a sus hurones).

        Ya puestos en evangeliarios, no estaría de más recordar lo de “al césar lo que es del césar”. Y es que, por mucho que ponga el oído, no escucha una servidora referir lo que de Almudena Grandes nos queda vivo, que es su obra literaria.

    Tengo para mí que, si alguien no lo remedia, esa desafortunada alusión estigmatizante, esa “distinción” infamante entre pueblerinos y villanos va a convertir el recuerdo y el nombre “AlmudenaGrandes” en una especie de “marcacomercial” registrada con vistas a los colores de las urnas; en roja “banderita-de-solapa” de trajecito de paseo, o en rústica navaja cabritera con la que saltarle la yel a brillantinados verdiazules con anaranjados aires de ciudad de toda la vida, mientras ella, ahora que está donde está, −que tengo para mí que es el país del arco iris−, se muere −otra vez− de risa, claro está, diciendo “no es eso, no es eso”.  

    Y “eso” si que no. Que nadie venga a ponerle subtítulos callejeros a una GRANDE DE LAS LETRAS, se pongan como se pongan los de los colorines. Que una, que es una eterna aprendiz, no quisiera que la cosa se quedara en la luz de gas de las farolas de cualquier esquina en lugar de ocupar los espacios que merece en las estanterías.

        Porque, vamos a ver: ¿por qué va a ser “pueblerino” en lugar de “villano” el votar en contra de que alguien, (que eligió ser del color que era, y escribir brillantemente sobre ello), sea declarada “hija predilecta” de una ciudad, en la que está más que demostrado que caben todos los colores?

        Y no sigo. Porque me estoy dando cuenta de que se me nota demasiado que lo que a mí me ha escocido es que me toquen lo de ser de pueblo, que, a lo mejor, y entre nosotros, tiene sus luces y sus sombras como cualquier villanía de apropiación indebida.

 

En CasaChina. En un 2 de Diciembre de 2021

 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

PLATARIFE

 

(Oficios)

Yo apuntaba en todos los cuadernos, quizá con nombres confundidos, los mágicos oficios de mi infancia.

 

¿Recordáis?

Su escaparate daba a La Carrera.

 

Su tienda era un tic-tac oscuro.

Angosto.

 

Su rostro

se desangraba en grises ambarinos

 igual que la hemorragia del estaño

antes de coagularse.

 

Sus cejas

cual dos arborescentes amenazas

escalaban los bordes de sus lentes,

y luego descendían a los infiernos

de unos mínimos ojos encendidos.

 

Se llamaba Preciso.

(Imposible encontrar un nombre más exacto

para tan minucioso relojero).

 

En su viejo crisol,

ahíto de metales más innobles,

después de liberarlo de adúlteros sobrantes,

derretía lingotes argentinos

con mineral paciencia de verdugo.

 

Después,

con el tiento de un pájaro alarife que esté tejiendo un nido

 forjaba

impúberes anillos de deseos

para humildes muchachas casaderas.

 

En CasaChina. En un 1 de Diciembre de 2021

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