32/2017
Hace
pocos días iniciaba una petición internacional para que las autoridades colombianas
de Nariño hicieran lo que tuvieran que hacer para salvar de la ruina la casa
donde nació AURELIO ARTURO.
Ya
sé que soy cansina insistiendo en esto de la casa del Poeta; y que, en un
primer momento, confundí el “Departamento” de Nariño con el municipio de LA
UNIÓN, y que desde estas latitudes, desconocí que esa casa, -patrimonio de todos los poetas del mundo-
se encontraba en realidad en el pueblo de LA UNIÓN; pero son estos detalles
menores comparados con la finalidad perseguida: SALVAR LA CASA DE UN POETA.
Al
hilo de esta casa al sur de Colombia, debo confesar que siempre que voy a Bogotá,
y desde que me atrapó su magia, incluyo en mi agenda una visita inaplazable a
la casa de otro poeta colombiano: JOSÉ ASUNCIÓN SILVA, en pleno corazón del
barrio de la Candelaria; y me demoro entre sus muros sintiendo materialmente en
la piel el roce de los versos de José Asunción, y su dolor y sus sueños… Desde
su patio delantero -los inevitables patios colombianos de los que escribió con
tanto acierto Lidia Corcione en el libro “CARTAGENA DE INDIAS, Territorio
Literario”- me gusta subir con la mirada al cerro Monserrate, allí donde la
altura ralentizó mis pasos ya algo cansados. Desde el otro patio, el interior,
recóndito y sublime en su poquedad, miro el cielo bogotano, siempre a mitad de
camino entre lo azul y el llanto de la lluvia. Luego, voy a la biblioteca y,
sentada en alguno de sus amplios sillones, me recreo en escuchar alguna
recitación, cualquier cosa que me sirva de disculpa para alargar mis estancias
en esa casa de puerta verde, y pasillos protegidos de cristal emplomado para
guarecerse de los fríos bogotanos y de tantos desasosiegos amorosos que sus
muros conocen con tanta intensidad.
Si
me he referido a la casa de la Candelaria, la del Poeta José Asunción Silva,
cuando comencé hablando del otro Poeta, de Aurelio Arturo, es porque sueño desde España con ir un día a Nariño,
tomar la carretera de LA UNIÓN, enfilar la calle donde se ubica la casa de AURELIO
ARTURO, franquear una puerta que, sin perder su ancianidad sí que haya superado
la vejez de los años bajo las manos de amantes artesanos, entrar en sus estancias
enjalbegadas de blanco y de recuerdos, sentarme
en un sillón quizá extemporáneo, y poder escuchar el primer verso, aunque solo
sea ese primer verso del único libro escrito por ese Poeta ya inmortal: MORADA
AL SUR-:
“En las
noches mestizas que subían de la hierba”
¡Dios
santo! ¿Se puede decir más o contar una historia más emocionante y sugerente en
un solo verso?
Sin embargo, la casa de AURELIO
ARTURO, allá al sur, -lo mismo que mi propio sur-, en el municipio de LA UNIÓN,
en el departamento de Nariño, entre montañas inmensas -igual que mis montañas,
aunque las mías sean más humildes- está cayéndose de vieja. Y los viejos poetas
como yo misma sentimos ese derrumbe como parte del desmoronamiento de nuestra propia
vida.
Y nos preguntamos por qué no
viene alguien y sujeta con fuerza sus muros, y sostiene en pie nuestra
esperanza de ir allí, a su casa, a su yerba antes de terminar nuestro periplo
por la vida, sentarnos en algún rincón de una estancia rescatada del olvido, y
poder recitar los últimos versos de MORADA AL SUR, para soñarnos inmortales
como su autor bajo caricias que no
perdonan el descuido de la mano amante:
Yerba: dulce lecho de cabecera
dócil serpiente melódica
bajo la mano
bajo la caricia
que la aplaca
pero
que no perdona el descuido
que ama ser hechizada
como una serpiente
que quisiera danzar y ser aire
fémina
grata a la mano
muerde el talón que se aleja
y
silba su imperio desolado
hasta
el límite del horizonte
y
cubre huellas
ciudades
años.
En “CasaChina”. En un 3 de Julio de 2017
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