02/17 conversaciones con una gaviota
CONVERSACIONES CON UNA GAVIOTA
Episodio II. La última cena
De Internet |
Una vez Gloria, esa amiga mía que a
pesar de seguir creyendo en el amor no cree en las gaviotas urbanitas, me negó
que en Madrid las hubiera, y hasta se apostó una cena a que ella estaba en lo
cierto. Cuando le demostré que en el río Manzanares las gaviotas iban y venían
sin demasiado talento, y hasta se ponían de cháchara como si así las penas de
amor fueran menos espesas y los deseos de volar más perentorios, me aseguró que
pagaría esa cena que yo pospongo por el temor que siempre tengo a que cualquier
consumación sea una despedida, y cualquier cena la última cena pintada en un
muro de cualquier viejo castillo con fantasma.
¡Detesto las despedidas y sus emblemas!
Mientras doy tiempo al tiempo para
que la última cena no se consume, suelo buscar gaviotas en cada ciudad que
visito sin que mi afán por encontrarlas sea tan vehemente que me perjudique este
estar siempre de paso en cuales quiera de los lugares a los que llego sabiéndome eterna pasajera del tren de
los afectos más hondos e ineludibles.
¡Quién me iba a
decir a mí que sería delante de la Estación Términi de Roma donde me
encontraría de nuevo con Facunda, la gaviota sentenciosa y descarada de los
ojos amarillos que hablaba de los hombres como si fuera una mujer de la vida!
Me gustaba hablar con aquella gaviota
a pesar de sus desaires, porque parecía saber de lo de vivir –que es lo mismo
que saber del gozo y del dolor- como si se hubiera enseñado mirando las cosas
desde lejos y de paso que es como menos dañan y como menos se gozan. Curiosamente, ella va y
viene sin que nada alcance sus ansias de volar.
-Muy contenta pareces, Facunda, para
estar tan lejos de lo nuestro y tan sin alguien- le dije por decir algo.
-¡A pesar de todo…! –enfatizó sin
mucho sentido.
-Que me aspen si te entiendo. Lo que
dices es irracional. No sé por qué me empeño en que tú y yo hablemos siendo de
tan distinta condición; pero debo reconocer que te he tomado querencia, y me
causa verdadero goce el encuentro, a pesar de todo…
-No hay nada más intensamente
gozoso que amar irracionalmente. Porque sí; y a pesar de todo…, ‑respondió
aquella tarde-. Ni hay nada más doloroso que querer convertir un gozoso amor
irracional en una racional permanencia …a pesar de todo –me graznó la gaviota,
cruzando a continuación, y majestuosamente, el rastro dejado por el sol
poniente en los adoquines de la calle atardecida.
Un coche de bomberos, urgido quizá por
algún incendio catastrófico, estuvo a punto de atropellarla a ella y matarme a
mí de miedo.
Ya sabía ella que el brillo de los adoquines de cualquier
ciudad anochecida es mal refugio para las gaviotas. Aunque, por lo que la voy
conociendo, sabe también que buscar refugio en un nido es como tratar de radicar
desarraigos en un territorio de paso donde uno debiera detenerse sólo el tiempo
justo para saber que un día se anidó en algún lugar del que volaron los
polluelos dejando inmensas soledades a sus espaldas.
Entonces, yo di unas
palmadas para espantar el desaliento y la gaviota alzó el vuelo.
A lo lejos
seguía oyéndose el alarido de la sirena del coche de bomberos.
-Y si el deseo
de permanencia trae ese agudo dolor –alcancé a gritarle desde abajo- ¿cuál es según
tú, pájaro de mal agüero, la fórmula de la felicidad”.
-¡Vuela, mujer, vuela!
–me pareció escucharla allá a lo lejos sin tener la consideración de acordarse
de que me faltaban las alas.
En “CasaChina”. en un 28 de Junio de 2017.
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