Una manera personalísima de mirar y escribir sobre las cosas que pasan en mi entorno
VA DE...Batiburrillo literario
sábado, 23 de mayo de 2020
VA DE...batiburrillo literario: YO, POLITICATEA
VA DE...batiburrillo literario: YO, POLITICATEA: (Croniquilla en tiempos de Viruso) 85/2020 Dedicado a mi querido amigo (psiquiatra él y por lo mismo, loco) Rafael Ubal Lóp...
viernes, 22 de mayo de 2020
YO, POLITICATEA
(Croniquilla en tiempos de Viruso)
85/2020
Dedicado a mi querido amigo
(psiquiatra él y por lo mismo, loco) Rafael Ubal López, que anda sonriente como
si aquí pasara de todo. ("Pasara" de suceder; no de ignorar).
Regocijada estoy mientras tomo posiciones en el
tendido de sombra, preparándome para la corrida a pelo que se va a liar entre
toreros que gustan de ser llamados “maestro”, picadores con rejón postizo,
monosabios dispuestos a limpiar desperdicios, aficionados despistados y algún
espontaneo tan sin escuela como con exceso de temeridad como para creer que
puede habérselas con morlacos de dehesa.
Claro que siempre hay vecinos de asiento en el espectáculo
dispuestos a decirme a mí cuando debo y cuándo no debo soltar mi propio olé.
¡Va por usted, vecindongo de brazos en jarras, propensión
al vituperio de pesebre y boca de jamargo!
Que usted no pueda usar sus “potencias” al sur del
ombligo, ya sea porque no encuentra colaboración (propia o ajena), ya lo sea
porque “el sexto” amenaza con asarlo a fuego lento en un purgatorio sin
distancia de seguridad, no le autoriza a mirarme de medio lado y bizqueando de
postizo si a una servidora le da por la gloria de lo licencioso en lugar de por
la ordinariez de lo pendenciero.
Que usted no coma cerdo me parece perfecto. Pero no
meta sus narices en mi despensa y permítame que ponga yo el cerdo en mi mesa,
porque, como se dice por ahí, a mí, del cerdo, hasta los andares.
(Por cierto,
observen hasta dónde puede llegar el poder de un par... de comas bien o mal
puestas. Imagine que hubiera comenzado esto de semejante manera: “Que usted no
coma, cerdo,…”, metiendo una
coma entre el "coma" y el "cerdo" y otra coma tras el “cerdo”).
Pero volvamos a lo del cerdo comestible.
Pues eso: que si usted no come cerdo (sin coma
intercalada) por convicción propia, le ruego encarecidamente que no clave en mi
costillar su mirada en plan cuchillo matancero cuando a mí me tienta una
racioncilla de jamón de Jabugo, porque “…ya pueden clavar puñales/ ya pueden
crujir tijeras...” −que cantaba nuestra Mari Fe de Triana de toda la vida−,
que yo voy a ejercer mi derecho a echarme el jalufo al gaznate propio se me
ponga usted como se me ponga. Y es que hace ya mucho tiempo que descubrí mi
propia vacuna contra sus gorgojos: me basta con apartar mi mirada del carril de
su cenutriez y no darme por enterada de su tristísimo maldeojo.
Verá: una cosa es lo que entre en mi
gaznate después de degustarlo, y otra muy distinta lo que salga de él tras
filtrarlo en mis cuerdas bucales. Y en eso le aseguro que sí que tengo un miramiento siempre alerta en el
puesto de imaginaria.
Lo que yo le
diga que me paso la vida templando la lengua de acero que Dios me dio para no
dar mandoblazos cerriles a golpe de catecismo o de banderas.
Aunque, bien pensado, gentes como usted nos son
imprescindibles; porque ¿cómo podríamos saber lo que es la excelencia y aspirar
a ella si no hubiera miserias y ruindades que sacudirse, tras usarlas como
plantilla para escribir nuestros mejores textos sin torcernos en nuestros
propios renglones?
Mi trabajo me
cuesta, mire usted. Pero ahí está
lo de aprender humanidad (y humanidades) y humildad: en saberme y reconocerme
mitad humana, mitad rucia, y permitirle a lo humano tirar del ronzal para no
irme de caña por el solo hecho de que alguien me quiera inocular en vena sus
creencias de colorines irracionales, que, por otra parte, no deben ser tan
sanas cuando les causan tantos sarpullidos en las ingles, a la altura de la
testosterona en conserva por falta de uso.
Así que, usted, inquisidor por advenimiento −que no
por convencimiento−, use usted el catecismo que prefiera, y permítame a mí este
ateísmo político que practico desde mi convencimiento propio, aunque no venza.
Ya lo dije alguna vez: si, por no creer, no creo en el
Dios Verdadero, no voy ahora a ponerme de rodillas ante iconos recién
disfrazados de padrecitos con chaqueta de alpaca, o a hacerle de vocera a
diosecillos, que, si los observa con detenimiento, andan dándose codazos en la
fila de las hambres de las puertas giratorias para no perder el lustre.
Vamos, digo yo.
En CasaChina.
En un 22 de Mayo de 2020
miércoles, 20 de mayo de 2020
EN UN CHARCO DE AMAPOLAS PRESENTIDAS
(Croniquilla de un tiempo de Viruso)
Los
días ahora se cubren los hombros con larguísimas esperas sin oriente.
Dicen que los
campos están llenos de amapolas. Yo quisiera poder acercarme a las
amapolas, pero la edad (y los que hacen el recuento) me impide salir a la calle a la hora marcada por los que
mandan; hace demasiado calor para mí (y para las amapolas más veteranas).
A no
tardar, me marchitaré en pecado venial de haber deseado lo prohibido.
Está visto que
hoy me he despertado en un charco de nostalgias en el que crecen las amapolas
como recuerdos recién cortados.
¿Dónde están aquellas primaveras?
¿Dónde habré guardado yo esta vez mis antiguas impaciencias?
¿Se estarán
dando cuenta los que mandan de que, a veces, un día vivido peligrosamente vale
más que toda una vida vivida en cautiverio, anhelando el color y los paisajes?
Viene a mi mente
el poema de John
McCrae, roto ante la muerte de un amigo mientras
batallaba en una guerra convencional: la Primera Guerra Mundial, y que, tomando
la voz de los muertos como propia, acaba diciendo:
“…Contra el enemigo continuad
nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
Aquellos
soldados sabían apuntar al enemigo porque el enemigo era un igual, solo que en
la trinchera de enfrente. Pero el enemigo de ahora…
¡Quién iba a
pensarlo! −Pensáis con estupor. Y hasta lo decís con la desfachatez de los que
ya se saben perdedores−. Luego, en un último estertor, y a voleo, nos lanzáis a
los ojos un encadenamiento de órdenes y proclamas llenas de incertidumbres y de
vacilaciones que en otros tiempos nos hubieran dejado perplejos.
¡Nadie sabe
nada!
Esa es la única verdad que nos va
quedando. Esa es la gran verdad: en realidad, nadie sabe nada.
Así que dejadnos vivir a
nuestro aire, por favor, aunque sea dentro de estas tumbas refrigeradas y bien
abastecidas en que se han convertido nuestros encierros. Dejadnos salir como almas
en pena a la hora en que nuestros cuerpos no se licuen sobre las aceras.
Dejadnos pensar por nuestra
cuenta. Nosotros sí sabemos lo que hacemos. De lo que hicimos no es que estemos
demasiado satisfechos. No hay más que miraros.
Aunque, en el fondo, nadie
sabe muy bien lo que hacer con tanto desbarajuste. Lo digo porque los
mandamases se corrigen a sí mismos días tras día como si estuvieran ganando
tiempo en el que encontrar la respuesta a una pregunta tan sencilla como la de “¿de
dónde vienen los niños?”.
Y, mientras tanto, los niños
se les mueren de viejos sin ver las amapolas.
Creednos: el
destino de cada uno de nosotros (y de vosotros) está escrito. Seguid vosotros en
esa lucha desigual y poco calculada que es la de no saber con qué, contra quién
ni hacia dónde disparar. Pero no nos condenéis a nosotros a no poder mirar las
amapolas a una hora justa, decidida y elegida por nosotros, que somos los auténticos
guardianes de la sabiduría de lo nuestro.
Porque, de no respetar
nuestra decisión sobre los campos de amapolas, volveremos la vista a los
últimos versos del poema de McCrae:
Contra el enemigo continuad nuestra
lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
En CasaChina. En
un 20 de Mayo de 2020
* * *
EN LOS CAMPOS DE FLANDES
En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
De John
McCrae. Médico que sirvió como cirujano en un hospital de
campaña durante la Primera
Guerra Mundial. Escribió este poema tras los funerales de un amigo.
Con una amapola en la solapa conmemoran los británicos el 11 de noviembre
(Poppy Day), Día del Armisticio que puso fin a la Primera Guerra mundial
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