80/2020
(Croniquilla del Viruso
Coronado – 54)
−Cordia XVIII−
A veces lo evidente nos
confunde.
Estaba en la puerta, simulando una tranquilidad que
posiblemente no sentía. Solo sus ojos daban cuenta de lo que Ulio hubiera
pasado en las últimas horas.
Antes de franquearle la
entrada, Nelo asomó la cabeza, miro hacia arriba y hacia abajo y, cuando se cercioró
de que la calle estaba vacía, se apartó a un lado y permitió que el vecino
entrara en su casa.
−Nelo, amigo, perdona
que te moleste. Créeme que no lo haría de poder resolver mi problema yo solo;
pero me pienso yo que eres el único que puede aportar un poco de luz a este
galimatías en el que estoy metido y del que necesito salir si no quiero
volverme loco.
−Pues lo que esté en mis
manos sabes muy bien que está a tu disposición. Pero ¿qué es lo que ha pasado
en tu casa con esos metidos todo el día en ella, y los municipales haciéndoles
de escolta, con la guardia montada como si los forasteros fueran emisarios de
Franco en sus mejores tiempos?
−¿Que qué ha pasado? Ha
pasado de todo. O de nada, según se mire. Pero lo que a mí me tiene desesperado
es que ellos o no saben nada de dónde pueda estar mi Cordia o disimulan muy
bien. Y yo necesito como sea encontrarla. ¿Tú entiendes eso?
−Vamos, Ulio, no te
dejes engañar a la primera. ¿Cómo te explicas tú que fueran ellos quienes se la
llevaron ayer, y hoy te puedan convencer a ti de que no saben a dónde se la
llevaron?
−Pues así están las
cosas. Porque algo hay que no cuadra. Te lo digo yo que, sin haber presenciado
lo que quiera que pasara ayer, empiezo a recopilar detalles mínimos si quieres
de aquí y de allá que me dejan sin aliento. Y el único que puede darme razón
eres tú, Nelo, que fuiste quien presenció cuando la sacaron de la casa. Por qué
tú los viste, ¿verdad?
−Tan verdad como que
todos tenemos que morirnos antes o después. Y buena atención que puse yo a grabar
en mis entendederas cada detalle para lo que se precisara después, y que no se
puedan escaquear como si tal cosa. En la ventana estuve todo el tiempo a pesar de
que me daban todas las indicaciones del mundo para que me retirara. Pero mi
ventana es mía, y nadie en el gobierno ha escrito que no pueda asomarme a ella
ni en las condiciones en que estamos. Y si no te lo crees que estuve todo el
rato ahí, pregúntales a los municipales, que vieron con sus propios ojos, y lo
que es peor, que consintieron el secuestro de la Cordia como si fueran
cómplices de los raptores en lugar de autoridades.
−Precisamente con eso
tiene que ver mi confusión. Después de todo un día de incertidumbre, algo ha
sucedido que me ha entreabierto los ojos sin acabar de iluminarme el
entendimiento. ¿Sabes como estaban los municipales cuando se han ido los visitantes?
−Pues, por lo que yo vi
antes de quedarme traspuesto, pienso que estarían derretidos con la calorina
que se ha levantado de repente y el plantón que llevan ya aguantando dos días
seguidos.
−Estaban peor que eso.
Mira; será mejor que te dé algunos detalles a ver si llegamos al final del
ovillo. Sabrás que sobre las tres de la tarde o por ahí, cuando ya pareciera
que los intrusos habían dado de mano en la tarea que trajeran, y a mí me
dejaron algo de suelta, sentí cómo el que parecía que más mandaba le decía al
que había estado escarbando en el huerto que le mandara al Blasillo un mensaje
por el móvil diciéndole que se fuera a avisar al alcalde de que no encontraban algo
que pudiera orientarlos para evitarle al pueblo males mayores. Entonces las
criaturas se fueron como desalados. Pero los forasteros se reavivaron y siguieron
a lo suyo, registrando otra vez cada rincón de la casa, cada carpeta de Cordia,
cada cuaderno, cada libro, como si supieran muy bien lo que estaban buscando.
Hasta los baúles de la cámara los han registrado. Yo no hacía más que
preguntarles que qué buscaban; pero ellos, salvo a primera hora de la mañana, no
han consentido en clarearse conmigo.
−¿Y no has podido
salirte a la calle mientras ellos estaban en la tarea?
−¡Qué más hubiera
querido yo! Pero, nada más entrar, y sin más miramientos para con un viejo, me
dieron un empujón que casi me derrumban cuan largo soy en el zaguán. A continuación,
me llevaron a la sala, y me dejaron en ella con uno que parecía un armario
ropero en la puerta por si se me ocurría moverme del sitio. Lo que sí he podido
ver es cómo buscaban en el huerto y en el corral como si estuvieran jugando al
ramalico caliente: dos hurgando, y uno, desde la ventana, indicándoles “frio-frio/
caliente-caliente”.
−¡Anda ya! Qué
ocurrencias tienes, Ulio. ¿Por qué se te viene a la cabeza lo del juego del ramalico
caliente en una situación de tanta desdicha? ¿No estarás perdiendo la razón?
−Bueno Nelo, era un
decir. Lo que quiero indicar es que, desde el ventanal, se los veía ponerse
cada vez más desesperados, y el de arriba no hacía más que decirles a los del
huerto “ahí, no; cava un poco más allá, donde la tierra está removida; o aquí,
o allí”. Y, aunque en un principio no se creyeran que la Cordia no estaba en la
casa, luego, cuando se aseguraron, debieron de pensar que algo encontrarían que
compensara su ausencia
−¿Y no te figuras tú que
fuera lo que anden buscando?
−Por el interrogatorio
que me hicieron, me pienso yo que las cosas se remontan nada menos que a la
abuela de la Cordia. Todo era preguntarme si yo sabía de algún viaje que
hubiera hecho esa mujer, y dónde estaban los papeles de la malura que trajo de
su viaje.
−Y, aparte de eso ¿No te
dieron razón de a dónde se llevaron a la Cordia?
−¿No te he dicho que lo
primero que me preguntaron fue que dónde estaba escondida la Cordia? Pues eso
es, Nelo, lo que a mí comenzó a escamarme. Lo malo es que, cuando ya se iban, se
dirigieron a los municipales que habían vuelto con no sé qué razón del alcalde.
¿Y a que no sabes lo que le ha preguntado el que llevaba la voz cantante al
Jaro?
−Si no me lo dices…
−Le ha preguntado ¿Tomaron
ustedes la matricula del coche donde se fue Cordia?
−¡No me digas que los
muy ladinos le preguntaron eso!
−Te digo. Y sabes que el
Blasillo, que no tiene un pelo de tonto, le ha repuesto: ¿“pues ustedes sabrán
que son los amos del coche”? Y ahí es donde se me ha encendido a mí del todo la
sospecha.
−Sí que es raro lo que
me dices, Ulio, sí que es raro.
−¿Raro? ¿Tú me aseguras,
Nelo, que el coche que se llevó a la Cordia era el mismo que ha venido hoy, y que los que se llevaron a mi Cordia eran los mismos de hoy?
−Yo… yo… Ahora que lo
dices… Pero es que, con esas vestimentas que traían ¡quién era el guapo capaz
de reconocerlos! Aunque, ahora que lo pienso… las vestimentas... y lo otro...
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