(Postales de tránsitos – Trebejos escolares)
¡Ah!
Hubiera dado cualquier cosa; hasta mi caja
de litines, en la que guardaba mi
mayor tesoro, los cromos de santos comprados en la droguería de Don Lorenzo del
Río, y mi plumier de madera de dos pisos, a
cambio de aquel bolígrafo plateado con el que mi padre me corregía los
deberes de preparación al ingreso de bachillerato. Pero ese trebejo era cosa de
padres.
“Cuando
seas grande, comerás huevos” era el refrán frente al plato del único huevo
frito de aquellas cenas de los años del hambre en las que nosotras -con “a” de
hembra- nos repartíamos el otro huevo, convertido en una milagrosa tortilla
francesa divisible por tres, como los panes y los peces.
¿Habría que ser padre para tener un
bolígrafo como el de él, -con “o” de macho-¿, -me preguntaba con el desamparo
nacido de ser consciente de mi carencia de “atributos”.
Ha pasado mucho tiempo y, sin ser padre, escribo con un bolígrafo
de cuatro colores. ¡Para que luego digan…! Resulta que no había que ser padre -con “o” de
ellos”- sino escritora, con “A” de Amor semejAnte.
En “CasaChina”. En un 4 de Septiembre de
2018
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