68/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado - 43)
−¿Y tú, Ulio, cuando dices que…?
−¿Que
qué?
−¡Pues
qué va a ser…!
−¿No
será otra vez lo de…?
-¡No,
Ulio! Ni se me pasa por la cabeza ya.
−¡Ah!
−¿Ah?
−Sí; que de eso está
todo dicho. Que quedamos en lo que quedamos.
−¡De eso, nada! Cruz y raya, Ulio. Lo que yo te diga.
−¡Vaya! Pensaba yo que volvíamos a lo mismo.
−Ni mentarlo. Aquí me ves. Más muda que una rana debajo del
agua. Y lo pasado, pasado.
−¿Ves?
−¿Y qué tengo que ver yo, según tú?
−Que ya estás tirando a dar, aunque te hagas la sigilosa, sabiendo
muy bien a dónde apuntas por si aciertas el tiro.
−¿Y a dónde apunto según tú? Escucha: ¡no me hagas hablar,
Ulio, no me hagas hablar de lo que ya tenemos acordado que ni tocarlo!
−Como si tú necesitaras yesca para prender el chisquero.
−Si serás réprobo… Lo que yo siento ahora mismo es que eres
tú quien me estás prendiendo la mecha y encendiéndome sin venir a cuento.
−¿Yo?
−¡Tú!
−Ea, Cordia, a ver si conseguimos entendernos: ¿quién ha
empezado con las indirectas y con los alfilerazos?
−¿Indirectas? Lo único que te he preguntado es que tú cuándo
dices que comenzaste a…
−¡Cordia, yo no comencé nada! Fue ella.
−¿Ella?
−Lo que yo te diga.
−No irás a decirme que tuvieron que echarte una mano,
teniendo tú las tuyas a tu disposición. ¿O es que eras manco?
−La que no era manca era la Briela. Y claro, cuando a uno le
tantean... Pero, ya te lo he dicho cientos de veces, que, quitada esa vez, no
he vuelto a faltarte ni a solas…
−¡Ulio! ¿No convinimos en que nunca, jamás de los jamases,
volveríamos a mentar a Gabriela?
−Entonces ¿por qué la refieres tú, amagando sin dar? ¿Y a
donde quieres ir a parar preguntando que si esto, que si lo otro, si la pobre
ya ni debe estar en este mundo?
−¿Referir yo? Si quisiera hablar de eso ya lo hubiera
mentado con pelos y señales, Ulio. Pero no voy yo por ahí; ni por ninguna otra
que pueda hacerme sombra. ¡Faltaría más!
−Pues, si no es a lo de la Briela a lo que quieres echar por
delante para tener motivos de bronca, ¿qué es lo que intentas con semejantes
rodeos? ¿Volverme loco?
−Lo que yo quiero está bien claro para cualquier buen
entendedor. Lo que pasa es que… aunque no lo creas, una tiene sus recatos.
−Ay, mujer de Dios ¿quieres decirme de una vez por dónde van
los tiros?
−Exactamente, por ahí. Por dónde acabas de referir. Por los
tiros. Y gracias por ponermelo algo menos dificultoso.
−¿Tiros? Yo
no he pegado un tiro en mi vida, Cordia. Por no ir, ni fui a la mili por hijo
de viuda. Así que ni con balas de fogueo he pegado yo un tiro en lo que llevo
vivido.
−Hay que ver lo cerril y lo espeso que estás hoy, Ulio de mi
alma. ¿Es que no te das cuenta de que yo estoy hablando de otros tiros? O, por
mejor decir: del primer tiro.
−Y manda uebos lo recalcitrante y lo recóndita que estás tú.
Cuando yo te digo que de tiros yo no entiendo es porque de tiros yo no entiendo.
−¿Pues sabes que me pienso yo? Me pienso yo que, para no
entender de tiros como dices, pocos te han ganado a ti a disparar. Claro que,
en honor a la verdad, de todo ha habido, entre pólvora mojada, ráfagas
precoces, disparos certeros, gatillazos y encasquillamientos. ¡Si lo sabré yo!
−¡Ay, Cordia, que ya se me está esclareciendo a mí por donde
vas! No me digas que vas por ahí… ¿No querrás que ahora…? Porque, con esto del
encerramiento, está uno algo desvalido y con poco entreno.
−¡Ya estamos! Siempre pensando en lo mismo. ¿A ver si va a
ser verdad lo que decía mi pobre madre que en gloria esté sobre la conveniencia
de que el marido se eche una querida…!
−¿Entonces…?
−Pues que
lo que yo digo es que cuándo se te descargó a ti el arma por primera vez.
−¡Ah! ¡Era eso! Hay que ver que curiosidades más tunantes te
entran a ti a estas alturas. Pero, ya que lo dices… Veamos… Si la memoria no me
falla, la cosa se me enderezó a mí un día en que mi madre estaba restregándome
con estropajo dentro del barreño, y yo estaba distraído con un Popeye de
celuloide que me habían echado los Reyes Mágicos. Entonces mi madre comenzó con
las cosquillas de siempre, y a mí me entro el regusto de siempre por todo el
cuerpo, incluida el ancla. No veas, Cordia, como se le mudó a ella la risa en
santurrería de las de santiguación y avemaría-Purísima. Vaya, que no quiero ni
acordarme las maneras con las que mi madre me desescaló aquello y me desalentó
para el futuro. Lo que yo te diga que eso no debiera hacerse con un chiquillo
de seis años.
−Bien chico empezaste, Ulio. Pero no me refiero yo al
enderece, sino a la primera descarga.
−¡Que cosas se te ocurre preguntar, Cordia! Si supieras cómo
me estás azorando…
−A nuestra edad, Cordia, a nuestra edad. Que los dos
hemos cumplido, sin darnos por cumplidos todavía.
−Como tú digas. ¿Pero cuándo…?
−¡Cabezona!
−¿Cuándo, Ulio?
−Detalla.
−¿Cuándo?
−¿Tú me preguntas por el primer tiro con diana, o sin
ella? Porque, si es lo primero, sabes muy bien la respuesta.
−¿Y el tiro al aire?
−Pues, verás: el disparo por el que tú te interesas salió por
su cuenta, sin tener yo que apretar el gatillo.
−No me remolonees.
−Es que… ¡Cómo te contaría yo!
−Como quieras. Pero lo que yo quiero es saber cuándo.
−Bueno; eso sería como tres o cuatro años después de la
confirmación. El caso es que iba yo aquella tarde al galope, encima de mi
potrillo nuevo, cuando sentí que algo en el compás no iba como otras veces. Lo
primero que sentí es que me comenzaba a subir por el espinazo como un rayo sin
tormenta y con el paso cambiado; vamos: de abajo a arriba. Poco después las rodillas
se me tensaron contra los ijares del potro y dejaron de responderme; los ojos
se me clisaron; yo me volví pura electricidad. Y todo el olor del campo de
amapolas se me metió nariz arriba hasta estallarme por un agujero que se me
abrió como un volcán por encima de la cabeza. En el mismo momento de la
erupción, sentí como si fuera el mismísimo Dios quien me tentaba la piel, y me hacía
caer del caballo como a un Saulo iluminado.
−¿Y…?
−Y que me descalabré.
-¿Y…?
−Y que, cuando nos encontraron, al potro ramoneando y a mi
holgándome todavía de semejante convulsión del universo, nadie cayó en la
cuenta de que…
−¿De qué?
−¡Manda uebos[1]!
−¿Entonces…?
−Entonces… Ven aquí, Cordia, arrímate. Que ya está bien de
hablar.
Inquisidora en CasaChina.
En un 22 de Abril de 2020
[1]
MANDA UEBOS: de origen latino, mandat opus, viene a significar “la
necesidad obliga”, sin hache y con be.
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